Opinión

València

Aclararse sobre el antisemitismo

La tragedia de Gaza ha alcanzado dimensiones epocales y simbólicas. La credibilidad y la confianza de nuestros estados tienen en la posición sobre Gaza la piedra de toque

Al menos 9 muertos ayer en el ataque israelí a una casa en el norte de Gaza, con 50 desaparecidos.

Al menos 9 muertos ayer en el ataque israelí a una casa en el norte de Gaza, con 50 desaparecidos. / Efe

Según el 'Financial Times', Trump comienza a impacientarse con Netanyahu. Dice el gran periódico que la razón es que el gobierno de Israel no le da lo que Trump quiere. Y lo que quiere es una paz rápida en Oriente Medio. La velocidad en la que se suceden los acontecimientos puede convertir al gobierno de Netanyahu, de compañero de inversiones en el futuro resort de la franca de Gaza, en una china en el zapato para los planes del presidente americano. Trump hace negocios y ese es el sentido de su mandato. Si es capaz de pactar con Qatar inversiones por más de un billón de dólares en los próximos diez años, el monto de inversiones que puede ofrecer Israel no es una cifra comparable. Si las inversiones en defensa de Qatar llegan a los 38.000 millones de dólares, resulta evidente que la base de Al-Udeid de los americanos se convertirá en el enclavo geoestratégico más importante de oriente medio. Israel no puede competir con esas cifras.

Los relatos sobre el cierre del acuerdo hablan de la promesa de una nueva Edad de Oro. Pero mientras viene la edad de Oro, Netanyahu hunde a Gaza en el infierno. Nada será creíble mientras este suplicio estúpido, cruel y sangriento no acabe. En realidad, lo más culpable de la actual política del gobierno de Israel es la incapacidad de proponer un rumbo de actuaciones que no sea la destrucción y la muerte en Gaza. Pero cuando no se ofrece una alternativa a esta salida, resulta evidente que todo se encamina hacia el genocidio total. Hoy no podemos identificar qué plan tiene Netanyahu que no conduzca ahí. Al introducirse por este camino, el conflicto de Gaza no puede resolverse. Trump no podrá redondear la imagen de Edad de Oro que pretende.

No tenemos confianza en que Trump vea las imágenes de Gaza que nos horrorizan día tras día. Quizá su presión para que acabe este insensato delirio de muerte sea consecuencia de una tibia promesa al emir de Qatar de parar el suplicio de sus hermanos palestinos. Esas tibias presiones no es lo que necesitan los gazatíes y no es lo que reclama nuestra conciencia moral. La tragedia de Gaza ha alcanzado dimensiones epocales y simbólicas. La credibilidad y la confianza de nuestros Estados, tienen en la posición sobre Gaza la piedra de toque.

Cualquier palabra que suene a piedad, compasión, solidaridad y derechos humanos será manchada si no se alza una posición radical frente al gobierno Netanyahu que debe ser repudiado y condenado de forma rotunda, rechazando todo trato y cooperación con él. Los tibios anuncios de la UE y de Gran Bretaña de paralizar y bloquear sus acuerdos comerciales con Israel, no son suficientes. Es hora de darse cuenta de que o esto se para ya incondicionalmente o todos estaremos expuestos a la barbarie.

Los campos nazis de exterminio estaban escondidos y se levantaban en medio de una guerra horrible y una confusión general. Muchos podían encogerse de hombros, hacer como que ignoraban, escudarse en el propio sufrimiento, confesar la propia impotencia frente a una organización estatal omnipotente. Esas coartadas personales aplacaron la conciencia e hicieron posible la vida tras la desolación, la locura y la cobardía. ¿Pero qué coartadas tenemos nosotros, que vemos todos los días el terror ante nuestros ojos? El propio Netanyahu confiesa lo que está haciendo sin cambiar el gesto de gobernante probo. Esa locuacidad hace de él un simulacro de ser humano, una especie de cuerpo robótico recubierto de goma. No podemos conectar su presencia con una persona. ¡Y esa risa, esa risa escupe a quien lo contempla y lo escucha!

¿Qué coartadas tenemos nosotros, que vemos todos los días el terror ante nuestros ojos?

Trump se impacienta porque sus negocios deben tener la imagen de la edad de Oro. También urge que todo eso se acabe, porque no podrá cerrar su trato con Irán mientras en Gaza siga brotando la sangre de niños famélicos que se disputan una gota de sopa. Nosotros no estamos impacientes por esas cuestiones. Exigimos un final de esta barbarie porque tenemos que creer en ciertas palabras. Queremos ser responsables con lo que consideramos sagrado. No queremos digerir la barbarie del cinismo. Si Europa quiere creer en algo, debe condenar sin reservas, como se condena un mal radical, a Netanyahu. Porque no se recuerda crueldad semejante desde la de los campos nazis. Crueldad a cielo abierto, sin ocultarse, insultante, que supone que lo aceptaremos porque no somos mejores. No. Debemos decir basta.

Es preciso que nuestros representantes sepan que, si no condenan a Netanyahu, no podremos respetarlos porque entonces no tendremos criterios morales comunes con ellos. Y entonces se rompe el vínculo de la representación política. Tenemos que hacerlo sin miedo, con rotundidad. Como lo haría quien está completamente seguro de que no caerá en el antisemitismo por ello. Al contrario, hay algo oscuro y no resuelto con la propia inclinación al antisemitismo en quien no se opone al gobierno de Netanyahu en esta situación. Hay como un miedo a abrir la espita de un antisemitismo, del cual uno temería no verse libre, tan pronto comenzara a juzgar con ecuanimidad lo obvio y debiera por eso pasar por alto esta política criminal.

Pero cuando la crítica está cargada de razones supremas, pues de no llevarse a cabo no quedaría en pie ningún criterio de juicio moral para ejercerla después, entonces no realizarla puede ser el síntoma de albergar lo peor, de no aclararse sobre lo que uno alberga. Imaginar eso peor es lo más inquietante, porque es sembrar la más profunda desconfianza sobre lo que somos.

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