Opinión
Fijar carteles

Fijar carteles / Levante-EMV
La frase, en realidad, era «Prohibido fijar carteles, responsable empresa anunciadora»; pero como título de artículo resulta imposible. No cabe, no es económico, sintético, como deben ser los títulos. Si lo colocas, sabes que te van a pedir que lo cortes, o directamente te lo van a cortar.
Aquel lema que aparecía por muchas paredes de toda Valencia constituía en sí mismo un cartel, una pintada, y, al mismo tiempo, una contradicción en los términos. Siempre me pareció una norma chulesca: Aquí no se fijan carteles, y para demostrarlo fijo yo mi prohibición, pidiendo además responsabilidades.
A mí me gustaban mucho los muros repletos de carteles de publicidad. Del circo Price, de los inminentes conciertos de Nino Bravo, de Yaco Lara, de Los Sirex. Carteles de la Coca-Cola, del Anís del Tigre, del coñac Soberano, de los cines de la calle Calvo Sotelo: el Serrano, el Artis, el Eslava, el Lys. Carteles que anunciaban cualquier cosa digna de ser anunciada, como una segunda piel, en color, de las paredes. Una epidermis caducifolia de papel que marcaba el cambio de las semanas y los acontecimientos. Carteles que se fijaban sobre otros carteles, chafándoles la oportunidad y la voz a los anteriores, hasta formar una costra anunciadora sin responsabilidad penal.
Yo también fui un irresponsable pegador de carteles en mi atolondrada juventud pleistocénica. No recuerdo qué amigo nos indicó a los de nuestra pandilla que podíamos ganarnos unas pesetas pegando carteles de propaganda política, en las semanas anteriores a las primeras elecciones democráticas de 1977. Pegué para el Partido Socialista Popular de Tierno Galván.
Salíamos de noche, con un cubo lleno de agua encolada, un fajo de carteles, y un cepillo. Humedecíamos el cartel y lo plantábamos en cualquier pared, estuviese permitido o no. Cuanto antes nos deshiciéramos del montón que nos habían asignado, antes podíamos volver a la sede del partido (que estaba en la Avenida de José Antonio, hoy Antiguo Reino) a recoger más para seguir pegando. Nos pagaban a tanto el cartel, claro. Alguna vez tuvimos que salir corriendo, porque los fachas de Fuerza Nueva nos querían ideologizar a base de hostias.
Ya nadie pega carteles: es lo que tienen el progreso, el crecimiento económico, el estado del bienestar. Los carteles son de pobres. De otra España. Pero el caso es que los echo de menos, o, a lo mejor, echo de menos el hecho de ser joven en aquella otra España en la que sí se fijaban carteles. Quién sabe. Me gustaban los carteles. Me siguen gustando. Hay un muro cerca de Mestalla, en el solar vacío de las viejas dependencias del Ayuntamiento, en donde se fijan carteles. Creo que no los lee nadie.
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